contar La colada – Solar de Valdeosera

Hacer la colada

El lavado de la ropa no era tan fácil como ahora, que tenemos la comodidad de las lavadoras eléctricas, con sus grados de temperatura, sus programas, el centrifugado, el Ariel y todo lo demás. En Valdeosera había también “lavadoras”, pero éramos las mujeres con nuestras manos. Había también programas, pero eran a base de brazos.
Los polvos de lavar resultaban muy baratos, porque era la ceniza.

La colada se hacía una vez a la semana, que solía ser el lunes. Se preparaba la ropa blanca, sábanas, mudas, pañuelos, etc. y se bajaba en un balde al lavadero. El balde a la cabeza y el cajón de lavar bajo el brazo. Se procuraba bajar pronto para coger la mejor piedra. El lavadero estaba debajo de la fuente, recogiendo el agua que salía de un manantial. Tenía dos compartimentos, uno para lavar en la parte de abajo y el otro para aclarar en la parte de arriba. Cabían cinco o seis mujeres lavando. Estaba cubierto con un tejado. Mientras se lavaba, se aprovechaba para hablar y comentar las novedades, que no podían ser muchas.

Para lavar, lo que sí se utilizaba era puños, agua y jabón, que ya había de la marca Lagarto. También se elaboraba jabón en casa: se empleaban las grasas que eran para tirar, la manteca de las ollas que se iba quedando rancia, el tocino viejo, las grasas resultantes de freir el aceite, etc. Por cada cinco kilos de grasas se echaba medio kilo de sosa cáustica y cinco litros de agua y se le daba vueltas en caldero hasta que se quedaba duro, todo hecho una pasta. Así se dejaba toda la noche y al día siguiente se ponía a cocer a fuego lento sin parar de darle vueltas. Una vez que había cocido, se echaba en un cajón y se dejaba hasta el siguiente día que, al enfriarse, se quedaba seco y duro. Al otro día era cuando se partía en trozos llamados “panales”, al estilo de los que se vendían en las tiendas. Este jabón limpiaba muy bien, pero era mejor con agua caliente por lo que se usaba más para la fregadera en casa, porque
con agua fría costaba mucho salir la espuma.

Una vez lavada y aclarada la ropa, se escurría bien y se cargaba el balde a la cabeza sobre el rodillo. En casa había que colocar la ropa en el “tarrizo”. El tarrizo es una vasija de barro, a modo de un barreñón grande, que tenía en un costado de la parte de abajo un pitorro para evacuar el agua. Se ponía encima de la caponera o en una esquina del fogón de la cocina y se iba colocando dentro, sin llenarlo del todo, la ropa bien extendida en este orden: mudas, sábanas, servilletas, pañuelos y, en la parte alta, los trapos de cocina. Todo se cubría con un trapo de aterliz llamado “cernadero”. A continuación se echaba encima una buena cantidad de ceniza fina sin carbones. Sobre la ceniza se echaba agua caliente, para que se fuera filtrando poco a poco y “colándose” por toda la ropa, de donde deriva el nombre de “colada”. El agua tenía que salir por el pitorra de abajo y se recogía en un balde para volverla a echar al caldero para que se calentara para luego volverla a echar sobre la ceniza, porque cada vez había que echarla más caliente. Esta operación se repetía muchas veces durante toda la tarde. Cada vez el agua cogía más color, pero hasta que no salía caliente el agua, no se acababa la tarea de colar. Y así se dejaba toda la noche. El agua que salía de la colada se empleaba después para lavar la ropa de color. Cuando vino la lejía, sustituyó a la ceniza en este trabajo de la colada.

Por la tarde, las que habían lavado se ponían de acuerdo para bajar a limpiar el lavadero. Para ello se soltaba y se vaciaba primero el de abajo, se fregaba el suelo con una escoba y unos trapos y se soltaba el agua de arriba que pasaba al de abajo para, entonces, poder limpiar el de arriba. Al día siguiente, por la mañana temprano, se sacaba la ropa del tarrizo al balde y se bajaba de nuevo al lavadero para aclarar.
Esta operación se realizaba en tres etapas: primero en la parte de abajo del lavadero, es decir el pilón más grande; luego se volvía a aclarar en el pilón de la parte de arriba y pieza por pieza se iba metiendo en un balde más pequeño con “azulejo” para que quedara más blanca. El azulejo era un polvo azul que se mezclaba con agua.
A continuación se “retorcía” la pieza y se colocaba en el balde grande. Cuando se acababa, de nuevo a casa, con el balde grande de ropa a la cabeza y el pequeño encima tapando la ropa. El programa de lavado, como se puede ver, era de lo más completo y “automático”.

Para que la ropa se secara, se tendía en los espinos de las cerraduras de los huertos y por la tarde se recogía. Al día siguiente se planchaba. La plancha era de la de carbón, que todos conocemos, porque se guardan en las casas como cosa antigua y decorativa. Se abría para meterle brasas y disponía de una parrilla para que cayera la ceniza, que se podía sacar por la parte de atrás sin abrir la plancha. A medida que se enfriaba, se rellenaba con ascuas más vivas. Para respirar tenía la chimenea, que le da ese aire de altanería y orgullo a la vieja plancha.