Accesos y caminos
Las Barras eran cuatro, a modo de portilla, que a unos trescientos metros del pueblo impedían que los animales entraran en las calles. Estaba la Barra de Abajo, que venía de Velilla; la Pasada, por donde subía el camino de San Román; la Barra de Arriba, hacia Hornillos y la Ortea, de la dehesa. Por la primavera se hacían veredas obligatorias para todos los vecinos: mientras unos limpiaban los caminos, otros reparaban los maderos de las barras. Así, como casi todo, se vino haciendo desde tiempo inmemorial.
La “carretera” actual es una pista que se hizo en la década de 1980, sin asfaltar. Cuando las lluvias arrastran la tierra, los baches y pedruscos son más relevantes y pretender llegar hasta el pueblo con coches utilitarios es temerario. Por esa época se puso también una puerta con verjas de hierro para delimitar la jurisdicción privada.
El otro camino, por el que subían y bajaban los niños a la escuela de San Román, es por Velilla, actualmente casi intransitable porque las zarzas y las estepas lo han invadido. Hoy en día, si uno está en Valdeosera y decide bajar hasta San Román por este camino, puede llegar hasta el cerro del Aguilar, que es accesible porque la pista llega hasta donde están los repetidores para telefonía móvil. Luego es mejor continuar por el antiguo camino, angosto, sinuoso y milenario, tantas veces andado por los niños que sin pereza y mucho sacrificio pasaban dos veces cada día para aprender en la escuela de San Román. A la izquierda queda el barranco, la fuente de los Riajos, que todavía se oye fluir el agua, las hayas verdes y los robles frondosos de la dehesa de Velilla que te refrescaran el ánimo. Hay puntos entrañables en el camino que mi madre recuerda cuando bajaban a la escuela como el Reloj y que les ayudaban a saber la hora: cuando subían los niños y por allá el sol estaba más bajo, debían darse prisa para llegar hasta una piedra grande, redonda como una mesa, donde se sentaban a comer la merienda. También recuerda los restos de algún viejo bebedero de animales. A veces, cuando el río llevaba mucha agua y arrastraba el rudimentario puente hecho con tablas y palos que comunicaba Velilla con San Román, los niños tenían que quedarse a dormir en San Román. Mi madre recuerda que una vez se quedó en casa de los padres de Matilde Íñiguez y mi tía Sabina una vez durmió en casa de Fidel Ruiz. Aunque en Valdeosera no hubiera llovido, los padres, si veían que no llegaban los niños, tenían serenidad, a pesar de no tener ningún aviso por semejante contratiempo. Realmente era una vida muy dura, sobre todo para los niños.
El otro camino que comunicaba con San Román salía por Caminos Nuevos y cruzaba el río de Vadillos por un puente artesanal, luego subía Revilla arriba, hasta el alto de San Mamés, donde José Luis señala la existencia de una desaparecida ermita dedicada a este santo al que los pastores tenían gran devoción. El camino continúa bordeando la cerca de la dehesa, dando vistas a muchos pueblos: Jalón, Muro, Torre, Cabezón, Rabanera. Ahora destaca en el paisaje la sinuosa carretera de Hornillos, asfaltada, y el gran dinosaurio brillante anunciando los yacimientos paleontológicos y Nido Cuervo coronado por esos molinos gigantes que nos recuerdan que estamos en el siglo XXI. Este camino se utilizaba cuando bajaban a moler a nuestro molino, el molino de Gerardo. Si iban a San Román a comprar en las tiendas o a la escuela, se prefería el otro.
También había camino de herradura para ir a Hornillos por donde viene ahora la pista, llano, que en 40 minutos se llegaba. Por eso, mis tíos pequeños prefirieron ir a la escuela de Hornillos. Para ir a Treguajantes se salía de la Picota a la fuente de Allá, siguiendo por el pico de la Lastra para ir a la portilla de la dehesa. Para bajar a Terroba, se salía por el Barrio de Abajo en dirección del lavadero, siguiendo el barranco hasta llegar a los corrales. La distancia era parecida con San Román, como una hora.
La mayor parte de los historiadores sitúan el nacimiento de Valdeosera, allá por el siglo IX, relacionándolo con la mítica batalla de Clavijo en el año 844, y la donación que hace el rey D. Ramiro I a D. Sancho de Tejada de este territorio para establecerse en él con sus trece hijos y los doce “caballeros galicianos”. Lo más probable es que, una vez derrotados los musulmanes por esta zona, fuera Valdeosera un lugar de repoblación cristiana. O, tal vez, este privilegio o divisa, por el cual los bienes pertenecen al clan familiar, surgiera de las antiguas behetrías medievales que explotaban un territorio, como señorío libre, con facultad de elegir Señor.
Es fascinante que durante once siglos este pueblo haya mantenido su historia, sus trece vecinos, sus costumbres y tradiciones, de generación en generación, hasta que mi tío Julio y su familia, últimos vecinos, abandonaran el pueblo. Unos, los hijosdalgo, y otros, los inquilinos o colonos, tenemos un tronco común: si indagáramos en el ramificado árbol genealógico tendríamos, sin duda, las mismas raíces familiares bien entroncadas en esta tierra, en El Solar de Valdeosera.
Los once siglos de existencia hicieron que este árbol robusto extendiera sus frutos y hojas por lo lugares más recónditos. De Valdeosera salieron “hijosdalgos”, emprendedores, comerciantes e industriales laneros. Muchos viajaron a América y no olvidaron sus pueblos natales ni tampoco sus raíces. Algunos llegaron a ser condes o marqueses y fundaron escuelas gratuitas. Diego y Simón de Ágreda fundaron las escuelas de San Román en1787. Manuel Agustín Heredia Martínez fundaba las escuelas de Rabanera en 1847.
El abuelo de Práxedes Mateo Sagasta, importante personaje de la historia española, también perteneció a este Solar.